martes, 4 de septiembre de 2012

Muros derruidos.

Construí murallas alrededor de mi corazón para que nadie pudiera cruzar;
puse arqueros, puse caballeros armados, puse seguridad.
Los muros eran de piedra y acero, altos, como para tocar el cielo.
Los que protegían el muro prometieron no dejar entrar a nadie que lo pudiera dañar.
Intentaron entrar, intentaron vencer y derruir los muros, intentaron cruzar el paso,
más los arqueros alzaron su arma y las flechas volaban por el cielo;
los caballeros evitaron el avance de los valientes haciéndoles caer en 
su propia derrota. 
Cuando todo temor de que llegara alguien y venciera a la seguridad impuesta
y derruyera mis muros protectores se desvaneció, llegó, cuando menos me
esperaba de que hubiera alguien capaz de lograrlo, apareció.
Esquivó las flechas, venció a mis caballeros y derrotó a mis arqueros.
Contempló cómo los muros caían a sus pies y daban paso al camino que 
conducía a lo protegido. ¿Quién era esa persona?
La que conquistó mi corazón y puso bandera en él.



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